«No le hagas caso, es que es muy tímido». «Uf, ten cuidado con esta, que es un terremoto». «Mi hijo es malísimo para los estudios, pero un santo». ¿Te suenan estas frases? Las hemos oído mil veces en el parque, en reuniones familiares, en la puerta del cole. Y, seamos sinceros, probablemente también las hemos dicho. Son atajos, formas rápidas de explicar el comportamiento de un niño. Pero, ¿y si te dijera que estas simples palabras, aparentemente inofensivas, son en realidad cajas de cemento que limitan el potencial de nuestros hijos?
En este mundo acelerado, etiquetar es fácil. Simplifica la realidad y nos da una sensación de control. Sin embargo, cuando aplicamos estas etiquetas a los niños, estamos haciendo mucho más que describir un comportamiento puntual. Estamos, poco a poco, construyendo la narrativa de su identidad. Y esa es una responsabilidad enorme.
¿Por qué etiquetamos? El atajo mental que sale caro
Poner etiquetas es un mecanismo casi instintivo. Queremos dar sentido al mundo, y clasificarlo nos ayuda. Si un niño no saluda a un desconocido, la etiqueta «tímido» nos sirve de excusa y explicación. Si otro no para quieto, «trasto» o «hiperactivo» (usado a la ligera) lo resume todo.
Las etiquetas más comunes son un desfile de clichés:
* El tímido
* El movido / El trasto
* El malo / El bueno
* El torpe / El deportista
* El listo / El lento
* La princesa / El campeón
Incluso las etiquetas que consideramos «positivas» tienen su lado oscuro. Llamar a una niña «la lista de la clase» puede generar una presión brutal por no fallar nunca. El niño etiquetado como «el bueno» puede sentir que no tiene permiso para enfadarse o tener un mal día, reprimiendo emociones completamente naturales. Las etiquetas, sean buenas o malas, son jaulas.
El peligro oculto: Cómo las etiquetas moldean la identidad
El verdadero problema de las etiquetas es que funcionan como una profecía autocumplida. Un niño al que constantemente le repiten que es «torpe» puede empezar a evitar los deportes o los juegos de habilidad por miedo a confirmar esa etiqueta. ¿El resultado? Desarrollará menos esas habilidades y, efectivamente, parecerá más torpe. Acabamos de crear la realidad que describíamos.
Este fenómeno tiene varias consecuencias devastadoras:
- Limita su potencial: El niño «tímido» quizás nunca se atreva a levantar la mano en clase o a presentarse para ser delegado, perdiendo oportunidades clave para su desarrollo social.
- Daña la autoestima: La diferencia entre «te has portado mal» y «eres malo» es abismal. La primera se refiere a una acción concreta y modificable. La segunda es un ataque directo a su ser, a su identidad. Un niño que integra la idea de «soy malo» cargará con un peso inmenso que afectará a su autoconcepto durante años.
- Fomenta una mentalidad fija: Las etiquetas sugieren que las cualidades son innatas e inamovibles. «No se me dan bien las mates» se convierte en una sentencia de por vida, en lugar de «necesito practicar más las mates». Esto choca frontalmente con la idea de una mentalidad de crecimiento, donde el esfuerzo y la práctica son la clave del desarrollo.
El caso especial de la alta capacidad intelectual
El etiquetado se vuelve aún más peligroso y complejo cuando nos adentramos en el terreno de las neurodivergencias, como es el caso de la alta capacidad intelectual. Aquí, una etiqueta errónea no solo limita, sino que puede enmascarar una realidad que necesita ser atendida de una forma muy específica.
Un niño con alta capacidad intelectual no es simplemente «el listo». De hecho, a menudo son etiquetados de formas mucho menos amables: «sabelotodo», «rarito», «intensito» o «desafiante». Su enorme curiosidad, su pensamiento crítico y su sensibilidad emocional exacerbada pueden ser malinterpretados por un entorno que no los comprende. Estos niños suelen sentirse diferentes, y si el entorno refuerza esa idea con etiquetas negativas, el riesgo de aislamiento social y de querer ocultar sus capacidades para encajar es altísimo. Estos son algunos de los problemas altas capacidades más comunes y dolorosos.
Un diagnóstico correcto de alta capacidad intelectual no es una etiqueta, sino una llave. Una llave que abre la puerta a la comprensión y a la adaptación de las necesidades educativas y emocionales de ese niño. Sin esa llave, muchos de estos niños sufren en silencio, aburriéndose en clase, sintiéndose frustrados y, en última instancia, desarrollando aversión por el aprendizaje.
Cuando la etiqueta esconde una doble excepcionalidad
El rizo se riza todavía más con lo que se conoce como doble excepcionalidad. Este término se refiere a los niños que presentan simultáneamente alta capacidad intelectual y un trastorno del aprendizaje (como dislexia o discalculia), TDAH o un trastorno del espectro autista (TEA).
Imagínate el caos que esto puede suponer. Un niño puede ser extremadamente brillante para razonar de forma abstracta, pero incapaz de atarse los cordones o de recordar las tablas de multiplicar. ¿Qué etiqueta le ponemos? «Vago», «inconsistente», «raro». La doble excepcionalidad es un cóctel muy confuso para quien lo observa desde fuera sin las herramientas adecuadas.
El peligro aquí es doble:
1. La alta capacidad intelectual puede enmascarar el trastorno, haciendo que el niño compense sus dificultades y nunca reciba el apoyo que necesita.
2. El trastorno puede enmascarar la alta capacidad intelectual, haciendo que todo el mundo se centre en sus dificultades y nadie vea su enorme potencial.
Estos niños son los grandes incomprendidos del sistema. Sufrir los problemas altas capacidades junto a otra dificultad puede generar una frustración y un daño a la autoestima enormes si no se detecta y se interviene adecuadamente. Por eso, antes de colgar cualquier cartel, la observación y la evaluación por parte de profesionales es fundamental. Para saber más, organizaciones como la Confederación Española de Asociaciones de Altas Capacidades Intelectuales (CONFINAES) ofrecen recursos y orientación de gran valor.
Más allá de la etiqueta: ¿Qué podemos hacer en su lugar?
Vale, hemos entendido el peligro. Ahora, la pregunta del millón: ¿cómo lo evitamos? No se trata de convertirse en policías del lenguaje de la noche a la mañana, sino de tomar conciencia y empezar a cambiar nuestros hábitos. Aquí tienes algunas estrategias prácticas que puedes empezar a aplicar hoy mismo, en 2025 y siempre:
- Describe, no definas: En lugar de «es un desordenado», prueba con «veo que tu ropa está por el suelo y los juguetes fuera de su caja». Describir la situación objetivamente le da al niño información clara sin juzgar su persona.
- Habla de la acción, no de la identidad: «Pegar a tu hermana no está bien» en lugar de «eres malo». Esto enseña que la conducta es lo que debe cambiar, no su esencia como persona. Este enfoque es clave para construir una disciplina positiva, como bien explican los expertos en pediatría en recursos para padres como Enfamilia, de la AEPED.
- Fomenta una mentalidad de crecimiento: Alaba el esfuerzo, no el talento innato. Cambia el «¡qué lista eres!» por un «¡he visto cuánto te has esforzado en ese problema, qué bien!». Esto les enseña que sus capacidades pueden mejorar con la práctica.
- Busca la necesidad oculta: Detrás de cada comportamiento, hay una necesidad. El niño «pesado» quizás solo busca tu atención. El «movido» puede que necesite una salida para su energía física. Pregúntate: ¿qué necesita mi hijo ahora mismo?
- Ofrece herramientas, no sentencias: Si un niño es «olvidadizo», ayúdale a crear rutinas con agendas o recordatorios visuales. Si es «tímido», enséñale habilidades sociales poco a poco, dándole seguridad y sin forzarle.
Construyendo niños, no cajas
Nuestros hijos no son productos con una etiqueta de características fijas. Son seres humanos en constante evolución, llenos de matices, contradicciones y un potencial infinito. Cada vez que les ponemos una etiqueta, por muy inocente que parezca, les robamos un trocito de esa libertad para descubrir quiénes son.
Dejemos de construirles cajas y empecemos a darles un espacio seguro para crecer. Un espacio donde se sientan vistos, comprendidos y aceptados en su totalidad. Un espacio donde «ser» no sea una condena, sino una aventura maravillosa. Apostemos por un lenguaje que construya puentes, no muros, en el corazón de nuestros hijos. Porque se merecen crecer sintiendo que no son una etiqueta, sino un universo entero por explorar.
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Preguntas Frecuentes
Q: Mi hijo es muy bueno en matemáticas. ¿Por qué es malo decirle que es 'el listo de la clase' si es algo positivo?
A: Aunque la intención es buena, etiquetas como 'el listo' crean una presión enorme. El niño puede desarrollar un miedo a fallar para no decepcionar, evitando retos por temor a no parecer 'listo'. Es más beneficioso alabar su esfuerzo y su proceso ('¡Qué bien has trabajado en ese problema!') que una cualidad innata. Esto le enseña que el crecimiento viene del trabajo, no de un talento fijo.
Q: ¿Cuál es la diferencia entre una etiqueta negativa como 'rarito' y un diagnóstico de 'alta capacidad intelectual'? ¿No son ambas etiquetas?
A: Una etiqueta como 'rarito' es un juicio simplista que estigmatiza y no ofrece soluciones. Un diagnóstico formal de 'alta capacidad intelectual' o 'doble excepcionalidad' no es un juicio, sino una llave para la comprensión. Nos permite entender las necesidades educativas y emocionales específicas del niño y nos da las herramientas para apoyarlo adecuadamente, convirtiéndose en un punto de partida para su bienestar, no en un techo.
Q: ¿Qué hago si otra persona (un familiar, otro padre) etiqueta a mi hijo delante de él? Por ejemplo, si dicen '¡qué tímido es!'
A: En lugar de confrontar directamente a la otra persona, es más efectivo reformular la situación de manera positiva y descriptiva. Puedes responder con calma algo como: 'Le gusta observar un poco antes de lanzarse a jugar' o 'Necesita su tiempo para coger confianza'. De esta forma, validas el sentimiento de tu hijo sin aceptar la etiqueta limitante y, a la vez, ofreces a los demás una perspectiva diferente y más constructiva de su comportamiento.
